Excéntrico no es la primera palabra con la que uno describiría a
Giorgio Armani. Quizá tampoco la segunda, ni siquiera la tercera. Aunque
vistiera a Lady Gaga,
en el imaginario común, el de Piacenza ha sido, en los más de cuarenta
años que lleva en el mundo de la moda, lo que se podría definir como una
apuesta segura. Lo repite su amiga y coetánea Sophia Loren cada vez que
le preguntan por los diseños de Armani que luce en las alfombras rojas:
“Con él nunca fallo”.
“Él otorgó importancia a la actitud. Se centra en lo esencial, no es minimalista, pero sí piensa en sustraer en vez de en añadir. No sé si es un artista, pero sí un autor que creó un estilo y nuevas soluciones”. Así define Renata Molho, veterana cronista de moda y autora del libro Being Armani, el hacer del italiano.
“Él otorgó importancia a la actitud. Se centra en lo esencial, no es minimalista, pero sí piensa en sustraer en vez de en añadir. No sé si es un artista, pero sí un autor que creó un estilo y nuevas soluciones”. Así define Renata Molho, veterana cronista de moda y autora del libro Being Armani, el hacer del italiano.
“La elegancia no implica llamar la atención, sino ser recordado”,
resume el propio creador. No, Armani no tiene en su currículo las
estridencias de Gianni Versace, los desvaríos de Marc Jacobs o los excesos de John Galliano.
Su vida, profesional y personal, ha estado marcada, en general, por un
dominio que extiende a toda su compañía, la que fundó en 1975 con 39
años. Hoy su emporio ingresa 1.800 millones de euros anuales e incluye,
entre otros, perfumes, maquillaje, complementos y hoteles. “Algunos
creen que no soy extrovertido, que soy antisocial, un ingrato porque por
trabajar dejo de pasar tiempo con otras personas. El trabajo que hago
es tiránico y exige todo lo que tienes, te absorbe por completo”,
explicaba Armani en el libro de Molho.
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